lunes, 7 de mayo de 2012

El tabú del mono

Por Luza Alvarado

En el mercado de Kinshasa es común encontrar sobre las mesas monos ahumados con el rostro contorsionado por el efecto del fuego. Las mujeres explican a los turistas cómo prepararlos: hay que destriparlos primero, luego se coloca sobre las brasas para ahumarlo, pero toma unos dos días. Puede servirse en caldo o como plato fuerte, con tomate y una salsa de ajo sobre una cama de arroz. Sólo los turistas más osados ceden a la tentación de probarlo.



El consumo de carne de mono en África, Asia y América, es un hecho muy antiguo que, sin embargo, se mantuvo restringido a rituales y ceremonias religiosas por dos razones: particularmente en África existía la facilidad de conseguir otros tipos de carne (antílope, gacela, etc.). El otro motivo es más bien psicológico: la semejanza –la cercanía genética y etológica– entre el hombre y los primates hace pensar en el canibalismo, un acto condenado por la mayoría de las culturas.

Más allá del tabú, nunca antes el consumo de primates había representado tantos peligros a nivel ecológico. Además de tratarse de especies protegidas, su carne encierra un problema de salud pública: al ser ilegal, no está sometida a ningún control sanitario. Hoy se sabe que algunos primates son portadores de enfermedades como el ébola y otros brotes epidémicos aún sin clasificar. Sin embargo, ante la situación de carestía, los africanos están dispuestos a correr el riesgo.

Pero no todo está perdido. Asociaciones como Bushmeat Project y Biosynergia impulsan la protección de las especies a través de medios audiovisuales en las escuelas del continente africano. Gracias a estas campañas, los niños y jóvenes se alejan de la cacería y el consumo mientras instan a sus padres a contribuir a la conservación.

Indie Food Project

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